jueves, 17 de septiembre de 2020

A la Memoria de Cris Miró

Querida Cris:

Hoy hubieras cumplido 55 años y hace ya 21 años que nos dejaste. Aún recuerdo la última vez que te vi, un año antes de tu muerte, porque me había ido, había dejado ese país de la desocupación menemista, de la intolerancia y la incomprensión. 

Con Cris en su 30 cumpleaños
Si bien esta fecha hace más presente tu recuerdo, siempre estás en mi memoria. Cada vez que hablo con una amiga trans, con una compañera, te pienso, y muchas veces también te nombro.

Y como no pensarte, cómo no recordarte y nombrarte, si fuiste por un tiempo, corto pero intenso, además de mi jefa, mi compañera de andanzas y aventuras, mi amiga. Yo te compraba la ropa, las medias bucaneras que tanto te gustaban, las tangas, los forros, la merca y la cerveza; porque si bien en los VIP´s tomábamos champán, vos, en la intimidad, preferías la cerveza.

Vos manejabas ese Volgwagen Golf blanco de tres puertas que te habías comprado cuando la fama había hecho imposible que viajaras en colectivo o en subte, y lo que ganabas no te permitía pagar taxis o remises. Y en ese coche íbamos y veníamos. Del teatro a algún restaurante, donde generalmente te habían invitado y me llevabas de colada. Y después a alguna disco, en la que nos quedábamos horas acomodadas en el VIP tomando champán y entrando y saliendo del baño para ponernos rayas y terminar duras como el asfalto. O al Ave Porco, donde nos pasábamos casi toda la noche en el camarín con la Mosquito, la Peter Pank, la Miki y la Bárbara Volcán, y no teníamos que ir al baño para meternos las rayas.

A veces también íbamos a Búnker, donde las mariquitas muñidas de cámaras te pedían fotos y vos me preguntabas: “¿A quién se le ocurre llevar una cámara de fotos a un boliche?” Si esa maldita enfermedad no te hubiera quitado la vida cuando estabas empezando a disfrutarla, hoy flashearías con los smartphones y los selfies. Recuerdo tu primer móvil, y que después tuvimos que llamar al Diego para pedirle “prestada” plata para pagar la cuenta…

Algunas noches, aburridas, yirábamos de aquí para allá y nos levantábamos unos chongos para compartir. Y después me cargabas: “Esa cabecita rubia de arriba para abajo”…

Recuerdo esa noche que nos levantamos tres en una pizzería de la Avenida Santa Fe, y nos fuimos a un departamento, y nos quedamos hasta las 6 de la mañana. Después tuvimos que llamar al dealer de emergencia y comprar un par de gramos para mantenernos despiertas porque había que ir a los juzgados a ratificar la denuncia contra Portal, por esas declaraciones horribles que había hecho sobre vos, y al llegar les pediste prestado el baño de empleados para “retocarnos la nariz”.

Otras noches, cansadas y aburridas, nos quedábamos en tu casa, o en el departamento de Flores que me habían prestado, y nos bajábamos unos gramos y unas birras. Y a veces, bien entrada la noche, sonaba tu móvil y era el Diego, y de pronto tenías un auto en la puerta que te llevaba al hotel donde estaba concentrado, y antes de nada, te mostraba a sus compañeros de equipo, y yo saludaba y me volvía a subir a ese auto que me llevaba de vuelta a mi casa.

Me acuerdo de esos viernes y sábados de dos funciones en el Tabarís, en las que con la Mora y la Romero comíamos la pizza que yo salía a comprar en Las Cuartetas, tiradas en esa cama con cubrecama de raso rosa que se había usado en la obra que hiciste con Darío Víttori  y que a pedido tuyo habían puesto en tu camarín, el más grande.

También recuerdo cuando te hartaste de que Mimí Pons, que también estaba en la obra de Víttori, porque te saludara llamándote “querido”, y le dijiste: “Acá estoy como vedette, como vos, así que me vas a dejar de tratar como hombre, ¿entendés?”.

Me duelen todos esos proyectos y sueños que quedaron truncos, como ir a París con la invitación de Alfredo Arias a trabajar con él. O el proyecto con Bibi Andersen, o el programa para la televisión de Miami. Me da mucha bronca que te hayas ido tan joven, tan llena de vida, de felicidad, de buena onda. Qué esa maldita enfermedad que se nos llevó a tantxs te haya llevado también a vos, y que no hayas llegado a ver los cambios que se produjeron después de tu partida. Que no hayas llegado a poder tener tu DNI con tu nombre, Cris, que como le dijiste a la Legrand, era el nombre que sentías.

¿Cómo voy a olvidarme de todas estas cosas y de tantas más que no me alcanzaría un libro entero para contar? ¿Cómo voy a hacer para dejar de extrañarte y de querer ir a abrazarte cada vez que regreso al país?

 


1 comentario:

  1. Todo bien,pero malísimo tu recuerdo,es necesario hablar taaanto de merca? Malísima tu dedicación , saludos

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