domingo, 10 de septiembre de 2017

Veinte años con vih

"Sentir que es un soplo la vida, 

que veinte años no es nada"...*



Era el año 1997. Los "fabulosos" noventa... En Argentina, los años del Menenismo, de la "pizza y el champán" para algunxs, y de la desocupación y la precariedad para la mayoría. Para mí, un poco de ambos...

Tras terminar una (convulsionada) temporada en Mar de Plata, trabajando como asistente personal de Cris Miró, en la que además de mucho trabajo primaron los excesos de alcohol, drogas y sexo, volví a Buenos Aires convencidx de que tocaba hacerme un análisis.

No era el primero, pero esta vez me parecía especialmente necesario: necesitaba confirmar algo que temía. La sospecha no me ayudó a estar más preparadx. No evitó el shock. 

Me llevó papá en coche a recoger el resultado. Mis padres no querían que vaya solo. Yo tampoco. Cuando entré a la consulta y la doctora me dio el positivo, no escuché casi mas nada de lo que me dijo. Inmediatamente vinieron a mi mente lxs amigxs, lxs amantes, y el novio que esta enfermedad se había llevado.

Cuando regresábamos en el coche, papá me dijo que no importaba lo que decidiera, él siempre me iba a apoyar. No sabíamos como decírselo a mamá...

En esos días recién comenzaban los tratamientos con antirretrovirales. Los "cócteles", o terapias combinadas, estaban en su etapa de experimentación con seres humanos. Todavía se recetaba el AZT. Éramos conejillos de Indias. 

El primer paso de lo que en ese momento vivía como una odisea fue hacerme un análisis de la carga viral y un conteo de defensas (CD4). Si bien en los hospitales de referencia de la ciudad el análisis de vih era gratuito, estos no. Me explicaron que había una asociación que los hacía con un coste menor, a la que acudí. Tras el resultado, que por supuesto no recuerdo, la doctora que me atendía me dijo que era fundamental que comenzara con la medicación lo antes posible, y me dio una receta que tenía que llevar al Ministerio de Salud para que me dieran los medicamentos. 

Lo hice. Las colas eran espantosas. Había gente que ni siquiera podía mantenerse de pie... Muchxs llegábamos al mostrador después de horas de espera, y te decían que ya no tenían lo que necesitabas. Que no sabían cuando lo iban a tener. Que volvieras en unos días. 

Cuando finalmente me entregaron las tres drogas que me habían recetado (una de ellas era AZT) sentí algo de alivio. Podría decir que hasta me alegré.

Me habían dado pautas muy precisas de como comenzar el tratamiento. De a poco, comenzando con unas drogas, y luego ir agregando las otras. Las primeras dos (AZT y otra que no recuerdo su nombre, pero que era parecido al de un insecticida) las toleré bien. Eran pocas pastillas. Luego llegó el momento de comenzar con la tercera (Ritonavir), que eran como dieciséis. No llegué a terminar la dosis y empecé a vomitar.

Después de otros intentos con igual resultado, decidí que no quería seguir así, que no iba a hacer el tratamiento. Recibí mucho apoyo de mi familia, y de mis amigxs. Comencé a experimentar con terapias alternativas, que si bien no esperaba que me curaran, o que prolongaran mi vida, por lo menos sí que me ayudaran a vivir un poco mejor. Que me ayudaran a encontrar "mi camino".

Leí "La enfermedad como camino" y descubrí el Reiki, y la meditación, Esta última, en particular, me ayudó (y me sigue ayudando) mucho. Aprendí a vivir en el aquí y ahora. Empecé a cultivar el desapego... y me ayudó también a controlar mi adicción a la cocaína y a finalmente salir de ella. 

Pasaron varios años hasta que sentí que era el momento de volver a hacer un tratamiento. Las cosas habían cambiado mucho. Vivía en un país del "primer mundo", y se había avanzado mucho con ellos.

Los caminos y vericuetos que transité en estos veinte años, que en esos días pensaba que no iba a vivir, han sido muchos y variados. Hoy tomo una pastilla al acostarme. Hoy se habla de una enfermedad crónica. 

Hace unos diez años sufrí un pequeño accidente cerebro-vascular, que no fue diagnosticado correctamente en su momento, y en el que perdí una pequeña parte de la visión en el ojo izquierdo. El año pasado sufrí otro, en el que perdí casi toda la visión en mi ojo derecho. Además de la pastilla que tomo para el vih, y de un protector estomacal, ahora estoy medicado para controlar la presión, el colesterol y la coagulación de la sangre. 

Tengo la fortuna de que hace diecisiete que comparto mi vida con una persona que amo y me ama, que me apoya en todos mis emprendimientos, me cuida cuando mis problemas de salud se agudizan, y me ayuda a encontrar fuerzas cuando la enfermedad se convierte en un obstáculo.

Hace viente años no pensaba que hoy iba a estar aquí escribiendo esto. 

Es un soplo la vida, pero: ¿veinte años nos es nada?

* Volver, tango de Carlos Gardel y Alfredo Lepera