Querida Cris:
Hoy hubieras cumplido 55 años y hace ya 21 años que nos dejaste. Aún recuerdo la última vez que te vi, un año antes de tu muerte, porque me había ido, había dejado ese país de la desocupación menemista, de la intolerancia y la incomprensión.
Con Cris en su 30 cumpleaños |
Y como no pensarte, cómo no
recordarte y nombrarte, si fuiste por un tiempo, corto pero intenso, además de
mi jefa, mi compañera de andanzas y aventuras, mi amiga. Yo te compraba la
ropa, las medias bucaneras que tanto te gustaban, las tangas, los forros, la
merca y la cerveza; porque si bien en los VIP´s tomábamos champán, vos, en la
intimidad, preferías la cerveza.
Vos manejabas ese Volgwagen Golf
blanco de tres puertas que te habías comprado cuando la fama había hecho
imposible que viajaras en colectivo o en subte, y lo que ganabas no te permitía
pagar taxis o remises. Y en ese coche íbamos y veníamos. Del teatro a algún
restaurante, donde generalmente te habían invitado y me llevabas de colada. Y
después a alguna disco, en la que nos quedábamos horas acomodadas en el VIP
tomando champán y entrando y saliendo del baño para ponernos rayas y terminar
duras como el asfalto. O al Ave Porco, donde nos pasábamos casi toda la noche
en el camarín con la Mosquito, la Peter Pank, la Miki y la Bárbara Volcán, y no
teníamos que ir al baño para meternos las rayas.
A veces también íbamos a
Búnker, donde las mariquitas muñidas de cámaras te pedían fotos y vos me
preguntabas: “¿A quién se le ocurre llevar una cámara de fotos a un boliche?”
Si esa maldita enfermedad no te hubiera quitado la vida cuando estabas
empezando a disfrutarla, hoy flashearías con los smartphones y los selfies.
Recuerdo tu primer móvil, y que después tuvimos que llamar al Diego para
pedirle “prestada” plata para pagar la cuenta…
Algunas noches, aburridas,
yirábamos de aquí para allá y nos levantábamos unos chongos para compartir. Y
después me cargabas: “Esa cabecita rubia de arriba para abajo”…
Recuerdo esa noche que nos
levantamos tres en una pizzería de la Avenida Santa Fe, y nos fuimos a un
departamento, y nos quedamos hasta las 6 de la mañana. Después tuvimos que
llamar al dealer de emergencia y comprar un par de gramos para mantenernos despiertas
porque había que ir a los juzgados a ratificar la denuncia contra Portal, por
esas declaraciones horribles que había hecho sobre vos, y al llegar les pediste
prestado el baño de empleados para “retocarnos la nariz”.
Otras noches, cansadas y aburridas,
nos quedábamos en tu casa, o en el departamento de Flores que me habían
prestado, y nos bajábamos unos gramos y unas birras. Y a veces, bien entrada la
noche, sonaba tu móvil y era el Diego, y de pronto tenías un auto en la puerta
que te llevaba al hotel donde estaba concentrado, y antes de nada, te mostraba
a sus compañeros de equipo, y yo saludaba y me volvía a subir a ese auto que me
llevaba de vuelta a mi casa.
Me acuerdo de esos viernes y
sábados de dos funciones en el Tabarís, en las que con la Mora y la Romero
comíamos la pizza que yo salía a comprar en Las Cuartetas, tiradas en esa cama
con cubrecama de raso rosa que se había usado en la obra que hiciste con Darío
Víttori y que a pedido tuyo habían
puesto en tu camarín, el más grande.
También recuerdo cuando te
hartaste de que Mimí Pons, que también estaba en la obra de Víttori, porque te
saludara llamándote “querido”, y le dijiste: “Acá estoy como vedette, como vos,
así que me vas a dejar de tratar como hombre, ¿entendés?”.
Me duelen todos esos proyectos
y sueños que quedaron truncos, como ir a París con la invitación de Alfredo
Arias a trabajar con él. O el proyecto con Bibi Andersen, o el programa para la
televisión de Miami. Me da mucha bronca que te hayas ido tan joven, tan llena
de vida, de felicidad, de buena onda. Qué esa maldita enfermedad que se nos
llevó a tantxs te haya llevado también a vos, y que no hayas llegado a ver los
cambios que se produjeron después de tu partida. Que no hayas llegado a poder
tener tu DNI con tu nombre, Cris, que como le dijiste a la Legrand, era el
nombre que sentías.
¿Cómo voy a olvidarme de todas
estas cosas y de tantas más que no me alcanzaría un libro entero para contar?
¿Cómo voy a hacer para dejar de extrañarte y de querer ir a abrazarte cada vez
que regreso al país?